20 oct 2016

IMPRESIONES DE UN VIAJERO EN BURKINA-FASO

La claridad y luminosidad del día, la nitidez del azul celeste, el calor intenso y sofocante, la risa alegre y franca de los niños,… son las primeras e imperecederas impresiones que percibe el viajero que se adentra en las casi ignoradas llanuras del África centro-ecuatorial.

El ser no habitual por esos parajes acrecienta la capacidad para captar y saborear el contraste con la cotidianidad de nuestro mundo urbano occidental. Otro mundo, quizá todavía oculto para muchos, aparece ante nuestros sentidos, y se desvela paulatinamente, captando nuestra atención y colmándonos de nuevas y placenteras impresiones, desconocidas hasta entonces.

El calor y la humedad, pegajosa y pertinaz, lo inundan todo confiriendo al ambiente una carga de pesada indolencia. Invitan a la calma, a la contemplación de la armonía circundante, pues toda actividad comporta un esfuerzo adicional. Debe uno esforzarse para acometer y finalizar cualquier trabajo; para no dejarse vencer por la dureza del clima. Una simple reunión de toma de contacto, de planificación de tareas, de contraste de opiniones,… acarrea una suerte de sauna no prevista; pues el sudor aparece presto y fluye rápido en regueros sucesivos por todo el cuerpo. Análogamente, un paseo por la capital a una hora intempestiva; la hora de la siesta, supone una experiencia inolvidable y el recordatorio perdurable de un error de pardillo europeo. Con esa ruda y sorpresiva contingencia climatológica difícilmente logra convivir llevaderamente el viajero foráneo durante su breve estancia en Burkina-Faso.

Las gentes burkinesas, y entre ellas las de la etnia moré, pobladores ancestrales afincados en la región central del país, lidian cotidianamente con esta y otras adversidades, propias de este, su entorno natural; primitivo, rudo, agreste…Diariamente combaten tanto contra la hostilidad del clima cuanto contra la escasez de recursos básicos que el medio natural les proporciona y de los que a menudo carecen,  entablando la permanente lucha por la supervivencia y por la existencia digna en medio de semejante inhóspito  entorno.

Constituyen para el viajero observador un ejemplo vivo de perseverancia pertinaz en la pugna  por superarse frente a la adversidad  que les rodea; y cuyo resplandor no le deja indiferente, y le proporciona la cabal oportunidad de conocerlos, tal que un acicate para contraer  con ellos compromisos perdurables que les apoyen e impulsen en esa porfía generosa por el logro de sus mejores anhelos.

Al constituir las personas uno de los activos primordiales de una nación, Burkina-Fasso dispone, así, de uno de los pilares sobre los que asentar un futuro prometedor. Pues aunque sus gentes; jóvenes, luchadores, dignos y comprometidos con el progreso del país, sufren las carencias más perentorias en algunas necesidades básicas, no obstante, han aprendido a identificar aquellos objetivos prioritarios para su satisfacción paulatina, pues  sueñan con ese futuro, quizá aun lejano, en el que materializar sus ansiados anhelos.


Para ello, promueven el asociarse como modo idóneo para definir y alcanzar esos comunes objetivos prioritarios y practican la solidaridad en la ayuda y el compartir cotidianos. Merecen, precisan, buscan y agradecen cualquier cooperación para acrecentar el rendimiento de sus permanentes esfuerzos.
Perciben que la enorme brecha entre necesidades básicas por satisfacer y objetivos actualmente asumibles por sus gentes no decrecerá significativamente sin una aportación exterior generosa, perdurable y desinteresada. Ésta debe hacer suyos los objetivos propuestos por los burkineses, expresados por medio de sus asociaciones autóctonas, y proporcionar el conocimiento y experiencia disponible en los países colaboradores sobre los ámbitos de desarrollo en los que se actúe.   
   
Únicamente la conjunción organizada entre las necesidades y deseos autóctonos y la aportación de recursos y conocimientos foráneos actuales de los países cooperantes puede permitir satisfacer razonablemente aquellas en un período asumible de tiempo.

José Manuel Bretón


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